Frases: El fuego era la única salida. Era todo mentira. Dio un salto.
Sacudiendo la cabeza para intentar despertarse del forzado sueño, se levantó del suelo. ¿Cómo había llegado a ese polvoriento y húmedo sótano? ¿Qué era ese incesante chirrido que se escuchaba tras los muros? Nada tenía mucho sentido. Necesitaba ponerse en pie e intentar salir de ahí lo antes posible.
Borrosos recuerdos empezaron a asaltarle, como sueños inundados en demasiado licor. Un extraño en aquella taberna, una sonrisa que parecía prometer más de lo que estaba dispuesta a cumplir y un contínuo murmullo ensordecido. ¿Quién era? ¿Porqué el mundo pareció perder nitidez? Algo en su bebida, sin duda. "Me ha drogado", pensó mientras caminaba hacia la desvencijada puerta de madera de la habitación en la que había despertado.
Agarró el pomo con cuidado, mientras la cabeza le dolía cada vez más, latiendo. El contínuo ruido de detrás de las paredes, agudo y ennervante, penetraba en sus oídos sin sutileza alguna, como un instrumento de tortura. No sin pensarlo mucho, giró el pomo y abrio la puerta con mucho cuidado. El ruido, ese ruido, estaba esperandole tras la puerta. Pero no tenía elección, tenía que salir de allí. Escrutando en la tenue luz tras el umbral, no consiguió vislumbrar más que una sombra sin forma definida, como si se estuviese moviendo rápidamente. Y, abruptamente, la sombra se giró, amorfa y sin rostro, y sin embargo observándole con insaciables apetencias. Dio un salto hacia él, y al acercarse a él las brumas y las tinieblas comenzaron a despejarse.
Era el extraño de la taberna. De nuevo, acompañadas de punzantes dolores de cabeza, las memorias de la noche anterior volvieron a asaltarle. Recuerda al extraño hablarle de placeres sin límite, de experiencias inalcanzables. Promesas de una eterna felicidad, si tan solo creía en él. Eso era todo lo que tenía que hacer. Creer.
La sombra, ya definida, se detuvo frente a él. El rostro retorcido y deforme del extraño sonreía con una mueca, mostrando unas fauces sanguinolentas, desordenadas. Tras unos eternos segundos de silencio, intentó librarse, alejarse, de la sombra. Tan solo tenía que creer. Creer. Y ser uno con el extraño, descubrir verdades ocultas. Creer. Y descubrir cómo manipular la realidad. Creer. Pero no, no podía creer. No podía creer en ese ser indefinido, voraz que le perseguía. No podía creer que hubiese despertado. Era todo mentira.
No, no podía creer. Ni podía seguir huyendo. Preso de un temor inconmensurable, seguro de su muerte, desesperado por luchar, se giró y se enfrentó con su anatema. Tomó una de las antorchas que iluminaban debilmente el pasillo y esperó al ser. Mientras se enfrentaba a él con la antorcha en las manos, sintió su carne rasgarse sin resistencia bajo los colmillos de la criatura. Y entonces lo comprendió. El fuego. Su último recurso. Seguro de su condena, tomo fuerzas de flaqueza y asestó un último golpe con la antorcha a ese ser. Su ropa manchada de grasa y la criatura sin forma prendieron con rabia y fuerza. El fuego. El fuego era la única salida. Cerró los ojos...
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